Cada aventura debe tener un fin

Los juegos de mesa finitos

Casi siempre, cuando le propongo a algunos amigos jugar algún juego de mesa, alguien pregunta: ¿Que tanto dura?

La duración de un juego de mesa es un aspecto importante del juego. Hay juegos laaaaargos, digamos más de cuatro horas, hay juegos que son simplemente largos, que duran entre dos y cuatro, hay juegos de duración intermedia, algo entre una y dos horas y hay juegos cortos. Quizá falta alguna categoría para acomodar juegos absurdamente cortos, de unos pocos minutos o segundos.

Pero bueno, lo importante no es definir categorías de juegos según su duración, sino entender que la duración de un juego es una de las cosas que los posibles jugadores toman en cuenta cuando van a decidir si lo juegan o no.

Pero más allá de hablar sobr las ventajas o desventajas de que un juego dure más o menos de una o dos horas, lo relevante aquí es que el juego, efectivamente dura. Es decir, que el juego finaliza en algún momento.

Parece obvio decir que todo juego termina ¿No?  Si. Siempre que alguien nos invita a jugar un juego de mesa asumimos que el juego termina. 

Y el hecho de que los juegos terminen es maravilloso. Su caracter finito les convierte en objetos poderosos. El hecho de que estén acotados en tiempo es fundamental para que puedan crear ese fenómeno de transferencia a un mundo paralelo. Durante ese tiempo, treinta minutos o una hora, estuvimos viviendo un mundo inverosímil, de reglas arbitrarias, donde pusimos a prueba nuestra suerte o alguna de nuestras habilidades. Y debe terminar, para que el juego sea valioso. Nadie quiere mantenerse en ese mundo por siempre. El juego es una pausa.

Entender esto puede ser útil para las otras cosas que hacemos en la vida. Quizá nuestra motivación funciona así, con escapes a mundos paralelos, que capturan nuestra atención por un tiempo determinado y luego se cierran y nos envían de vuelta al mundo cotidiano. 

Pero, ¿Realmente es posible aplicar esta lógica a la vida diaria y sus actividades? No suena tan fácil. Al fin y al cabo la vida SÍ es un juego infinito.

 

Lo infinito del juego de la vida.


Pues resulta que no vivimos un juego infinito. O bueno si, pero debe terminar cada día. 

Los buenos diseñadores de juegos saben que hay que dar descanso al jugador, que las personas se motivan cuando ven que su aventura llega a un final. A un final final.

La motivación no es una linea recta. La motivación es cíclica, está hecha se subidas y bajadas, de acelerones y frenadas, de intensidad y calma.

Este ritmo debe respetarse para vivir como un jugador. 

Debemos tener un gran objetivo que nos demanda muchas jornadas de camino, pero la ruta debe ser de aventuras cortas.

El cerebro necesita descansar. No es posible tener un desempeño superior si el cerebro no se apaga, si no se duerme profunda y plácidamente. Y para que el cerebro pueda dormir profunda y plácidamente, debe sentir que su jornada ha terminado. Que la aventura llegó al final correspondiente.

Un diseñador de juegos para la vida entiende que debe definir objetivos cortos y finitos. Objetivos sencillos y medibles. Objetivos alcanzables durante la jornada.

Un diseñador de juegos no castiga al cerebro dejándole aventuras sin terminar, inconclusos hilos que alejan la necesaria sensación de culminación y anulan la señal del descanso, la orden de desconexión para la recarga y la regeneración.



Exploradores vs. Escaladores

Definir desafíos finitos, realizables durante la jornada, se le da mejor a un escalador. Un escalador entiende las dimensiones de las cosas. Es capaz de calcular la capacidad de ejecución y el tamaño de la tarea. Asigna, en consecuencia, recursos y propone tiempos. Y espera que lo planeado se ejecute. De esta manera, es más fácil para el cerebro identificar los objetivos de la jornada, planear la ejecución y marcar su logro.

Por el contrario, el explorador no entiende bien aquello de definir objetivos cuantificados y finitos. El explorador emprende un desafío con la apertura para identificar posibles caminos nuevos, que modifiquen el objetivo inicial. Se le hace difícil aceptar un objetivo tan específico cuando aún no se ha explorado el entorno, cuando el camino ni siquiera se ha comenzado. El objetivo inicial solo sirve de primera pista. Es una sugerencia sobre el posible rumbo a seguir, pero está abierto, dispuesto e, incluso, deseoso de cambiar objetivos, procesos, indicadores, a mitad del camino. Al explorador le parece un artificio, un error, una actitud irresponsable, definir objetivos fijos al inicio de la jornada, sabiendo que lo que pueda pasar a la mitad de ella puede cambiarlo todo. Y cuando, en su proceso de descubrimiento, encuentra nuevas rutas, que pueden ser más prometedoras que lo previsto inicialmente, está muy dispuesto a agregar un objetivo paralelo, adicional o nuevo. Claro, este enfoque es maravilloso para la innovación, para asegurar que no se están pasando por alto posibilidades preciosas que no podían ser previstas al inicio. Pero este enfoque es perverso para el cerebro. Para el descanso. Para la productividad.

Al final, como siempre, el buen jugador es el que logra resolver el paradigma. El que encuentra formas particulares para tener desafíos que concluyen durante la jornada sin necesidad de moverse con la rigidez de los objetivos escritos en piedra. El camino del jugador es aceptar los objetivos del día, pero al descubrir que pueden ser cambiados, mejorados, optimizados, rediseña la ruta. Divide el nuevo camino en otros desafíos, re-asigna tiempos y recursos de manera que pueda asumir un desafío coherente para la jornada. Define nuevos puntos de finalización, de celebración y descanso. También lucha contra su deseo de tener todas las puertas abiertas. Hace un proceso de desprendimiento y descarta algunos de los objetivos buenos, en busca de tener las fuerzas para lograr el único objetivo emocionante.

Se propone cumplir, siempre, este principio: 


Cada aventura debe tener fin.

 


¿Qué pasa cuando no hay un final?

Cuando no hay un final, no es posible descansar. Si usted no cierra oficialmente su trabajo, usted se irá para su casa, perso su trabajo le perseguirá, su cerebro seguirá angustiado por la tarea inconclusa y su energía se irá agotando, porque usted está escaso de uno de los combustibles de la motivación: la evidencia del progreso. 

- Una persona sigue buscando cosas en la nevera porque no puso fin a la actividad específica de almorzar. Quizá estuvo comiendo su almuerzo mientras adelantaba trabajo en su computador o mientras veía un capítulo de su serie preferida. La comida se desapareció de su plato, pero esa persona nunca la finalizó.

- Una persona se desmotiva. No siente que esté progresando aunque lo esté haciendo. Y tiene esa sensación porque el cerebro no puede identificar finales para los diferentes desafíos y etapas.

- Una persona incrementa su nivel de angustia, de estrés. El cerebro sigue acumulando cajones abiertos, tareas inconclusas, que le producen ansiedad. Una buena cantidad de casos de estrés desbordado están asociados con el exceso de tareas que la persona tiene bajo su responsabilidad.

- Una persona no es capaz de "vender" su proyecto a otros porque no puede identificar fácilmente sus logros actuales.

- Una persona no es capaz de avanzar en un proyecto porque hay fases que siguen abiertas a espera de algo que no se sabe muy bien qué es.


El fin no es el fin.

Poner fin a una tarea no significa que usted ponga fin a su objetivo de largo plazo. Si usted está en los inicios del siglo veinte y tiene como propósito inventar el avión, cada día podrá tener tareas cortas, desafíos emocionantes pero específicos, que usted podrá dar por cerrrados y finalizados para celebrar y sentir que progresa. Pero eso no significa que usted, su cerebro, su espíritu, no sigan comprometidos al 100% con su objetivo épico. Su cerebro podrá seguir tratando de resolver algún problema que aún no ha resuelto, usted puede seguir siendo monotemático en las reuniones sociales, usted puede aún seguir anotando ideas para su avión en cualquier servilleta. El propósito central, sigue vivo. El fin es solo para ese paso intermedio que había que culiminar hoy.

El fin tampoco es el fin en otro sentido: en la gran mayoría de ocasiones en la vida, nada queda realmente cerrado. Incluso después de ponerle fin. Un escritor puede haber terminado su obra pero puede, años después, publicar una versión corregida y aumentada. Un diseñador de juegos puede publicar una nueva versión de su juego más exitoso. Un músico puede hacer, en vivo, versiones mejoradas de las canciones que grabó y dió por concluídas en estudio. Así que quienquiera que se sienta angustiado por pensar que está cerrando algo que aún no está perfecto, puede darse algo de ánimo repitiéndose que hay vida después del fin.


El arte de planear finales

Todos debemos planear finales para lo que estamos haciendo. Si estamos comiendo, debemos imaginar y planear el final de la comida. Si estamos trabajando también. Si estamos jugando... también.

El final es una ceremonia. Puede ser tan sencilla como poner cuidadosamente los cubiertos sobre el plato o decir una oración. También puede ser más elaborada o más expresiva. No importa tanto. No hace mucha diferencia, mientras se cumpla la condición fundamental de la ceremonia de final: estar presente, ser completamente consciente, dedicar a la ceremonia toda la atención, de manera exclusiva. 


El fin del juego de cada día.

Es válido dejar cosas para el día siguiente. Pero cada día es un juego y debe terminar. 

Aquí es donde resultan tener mucho valor aquellos consejos, aparentemente sacados de libros de auto-ayuda, que recuerdan a las personas el hecho indiscutible de que aunque acostarse a dormir podría ser una acción inocua y meramente transitoria, la verdad es que existe la posibilidad de que sea la última vez que lo hagan. Podrían incluso no despertar al día siguiente. Y por lo tanto, sería mejor ir a la cama con la sensación de tener todo en orden. Esto no quiere decir tener todos los problemas resueltos. Pero sí quiere decir haber todo aquello necesario, para asumir que cada cosa que debía ser hecha se hizo, que cada acción de realizó y que, sin importar el resultado, se finalizaron todas las rondas de juego del día. 

Fin.

 



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