El plan

Una de las emociones más profundas que viven los jugadores de muchos buenos juegos es la de poner en marcha un plan con el que pretenden lograr avances significativos, pero del que no están seguros de su éxito. 


Un plan llena todo de emoción. La emoción de:

- Comprobar si se tiene tanta recursividad y sagacidad como para haber ideado un plan que logró los objetivos.

- El secreto: ser los únicos que conocen el plan y ver que el mundo entero se lo va descubriendo a medida que se va ejecutando.

- Ver si, a pesar de las probabilidades en contra se logra lo impensable.

- Ver si sorprendereremos al adversario. Es decir, si ese adversario no

entenderá nuestro plan hasta que sea demasiado tarde.

- Ver si hemos entendido tan bien las reglas del juego y las posibilidades que ofrecen. Si hemos logrado analizar en su justa medida las relaciones de poder, las posiciones, los recursos disponibles y todos los demás elmentos estratégicos. Es un refuerzo a nuestro ego como estrategas.

- Ver en qué medida el azar, aquello que está fuera de nuestro control y cuyo riesgo, supuesamente, hemos calculado, sale dentro de lo previsto y nuestro plan puede ejecutarse adecuadamente.

En general, ver cómo se ejecuta un plan es emocionante. Es emocionante porque implica una mezcla suculenta de riesgo, creatividad, atrevimiento, ambición, confianza en las capacidades propias y del equipo. 

Muchos juegos son una dinámica entre poner en marcha un plan y construir rápidamente alternativas (planes B) cuando las condiciones cambian, ya sea porque algún elemento aleatorio cambia las condiciones previstas o porque nuestros adversarios hacen algo que lo obstaculizan.

En muchos casos, jugar el juego es lo mismo que hacer y ejecutar un plan. Sin plan no hay juego. Solo mover las piezas sin romper las reglas, como cuando alguien acaba de aprender a jugar ajedrez y, por lo pronto, solo conoce la forma como se  mueven las piezas y lo único que hace es moverlas cuando puede.

Curiosamente, en el juego de la vida no siempre aprovechamos la energía que nos puede generar la construcción y ejecución de planes. Y no me refiero a los planes que hay que realizar para organizar un día muy ocupado o el plan para sacar adelante un evento en la empresa. Me refiero a otro tipo de planes. Un plan que podemos llamar: Plan épico. 

¿Qué es un plan épico?

Es el plan de los espartanos para derrotar al invencible ejército de Darío (Tarea: Ver la película "300"). Es el plan de Ulises para lograr entrar a la infranqueable Troya (Tarea: Ver Troya o alguna de las de Ulises. Igual les dejo la foto del caballito:)


Incluso es el fallido plan del Lobo para engañar a Caperucita roja (No hay tarea aquí).

Es un plan de esos que, con mucha creatividad, rompiendo esquemas, tomando un camino imprevisto, pretenden lograr lo que parece imposible. 

¿Cuántos planes de esos tenemos en marcha en nuestras vidas hoy?

No se requieren muchos de esos. Se requiere uno solo. Uno solo, porque un plan épico es mucho más que suficiente para el espíritu humano. Un solo plan épico al cuál dedicarle toda la energía. 

No es justo vivir la vida sin tener un plan épico. Es como admitir que ya no hay nada mejor a lo cual aspirar en la vida. Que ya estamos en la mejor posición posible. Que no podemos cambiar el mundo para mejor, que cualquier sueño ambicioso es inoficioso. 

Pero definir una Troya a conquistar y poner a trabajar el cerebro para encontrar una forma loca de lograrlo, es para lo que vinimos. Es para lo que tenemos la ceatividad. Es para lo que nos levantamos cada día. 

 



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